Otoño, del latín «autumnus» vinculado a la raíz «augeo-», «aumentar», «auctus (participio pasado de augeo) annus»: el aumento o la plenitud del año, y justo en la cresta de la plenitud, con la raíz etrusca; «autu-», la idea del cambio, todo cambia debajo de la copa, del sombrero, y lo esencial permanece ahí, invisible se muestra a los pequeños.
Las campanas de Aizarna han tocado a muerto. Han irrumpido en la calma de la mañana otoñal, difundiendo en el valle la memoria de Luisa, abuela nonagenaria del caserío Irure, mujer de extraordinaria fortaleza y ternura, mujer hecha hospitalidad materna para todo el que llegase, fuera quien fuera y como fuera. Las ondas sonoras del bronce han ascendido por el horizonte de Santa Engracia hacia el Infinito, fundiéndose con la música del universo sin medida.
Cuando en otoño se suelta del tallo el rabillo de la hoja y, balanceándose en el aire, cae al suelo, vuelve a convertirse en tierra y la tierra en savia, la savia en yema, hoja, flor, fruto, y semilla envuelta en fruto. El fruto se convierte en alimento de seres vivos, y la semilla en germen en el seno de la tierra. La vida seguirá viviente en nuevas formas, inagotables y maravillosas. Nada se aniquila…